Luego de que Uncharted se convirtiera en el máximo referente de los juegos de aventura en consolas, Lara Croft tuvo que dejar atrás sus increíbles curvas para sacar provecho de sus habilidades como arqueóloga y exploradora. De la mano de Crystal Dynamics los juegos de Tomb Raider se unieron a una revolución ideológica que le dio poder a la protagonista, fuerza a su historia y una inédita personalidad a la aventura.

Cinco años después la adaptación cinematográfica de aquel reboot se presenta en las mismas salas de cine que ya han visto desfilar a personajes como Rey de la nueva trilogía de Star Wars o a Wonder Woman en el DCEU. Mujeres que encontraron esa transformación desde su primer acto luego de décadas de prueba y error en otros medios o con sus antecesoras, pero sin dejar atrás un elemento clave en cualquier historia y con cualquier tipo de protagonista: la personalidad.

Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft (como se le conoce en México) se convierte en una adaptación que apenas y logra salir bien librada ante aquellos que disfrutaron de la obra original. Y es que si bien existen momentos que nos hacen sentir con el control en las manos, hay muchos más que nos dejan con un sabor agridulce por la manera en que dieron el salto al cine.

Al iniciar la historia nos encontramos ante una Lara Croft (Alicia Vikander) temerosa por vivir su día a día. A pesar de que la inmensa fortuna de los Croft está lista para salvar su vida, la chica prefiere dominar el mundo de manera más rebelde que necesaria. La desaparición de su padre la ha dejado en shock durante los últimos siete años y no ha encontrado la forma de llenar ese vacío emocional. Por lo que, entre problemas económicos y retos personales, la chica termina cayendo ante las responsabilidades de las que tanto huye.

En medio del sufrimiento y la fortuna que le espera, Lara descubre que su padre ocultaba algo más allá de su vida como millonario excéntrico y filántropo. Una serie de acertijos la conducen ante los secretos de la reina Himiko en la Isla de Yamatai. Según la leyenda, esta reina del sol tiene la capacidad de arrancar la vida de una persona con tan solo tocarla, por lo que se trata de un gran poder que en las manos equivocadas podría acabar con el mundo como lo conocemos. Un misterio que más allá de resolver por fines altruistas, se convierte en la motivación para dar cierre a su crisis emocional.

Y es aquí donde la historia se empieza a transformar, a muy grandes rasgos, en las acciones que vimos aquel 2013 en Tomb Raider. La aventura dentro del Endurance lleva únicamente a Lara Croft y Lu Ren a la isla de Yamatai en medio del Triangulo del Diablo. Si bien la secuencia que estrella la embarcación en las costas de la isla nos hace recordar la cinemática con la que abre el juego de Crystal Dynamics, a partir de ese momento todo da un giro completamente diferente en cuestiones narrativas, aunque coherentes con la primera hora de película.

En primer lugar, la historia se vuelca a una trama de rehenes en la que Lara debe poner a prueba sus conocimientos sobre la investigación de su padre para llegar a la tumba de Himiko. Sin embargo, de su llegada a la isla a dichos eventos no pasan más de 20 minutos en donde Lara ya escapó un par de veces de sus captores e incluso asesinó para sobrevivir, pero sin el mismo impacto que aquella primera muerte en Xbox 360. Es evidente que Lara del juego y de la cinta son distintas, pero no deja de hacer ruido que todo el trasfondo emocional de una inexperta Croft se haya quedado fuera de la producción.

Obviamente hay momentos clave como cuando toma el arco y las flechas para salvar el día que nos hacen sentir una inmensa felicidad. 

Los objetivos de Lara Croft tienen que ver únicamente con el legado de su padre. Nada de relevancia tiene su investigación, o la misión de salvar al mundo de una amenaza sobrenatural, de hecho, Lara sabe poco sobre lo que hay en la isla, pues solo siguió pistas de su padre, ya que ella es lista por naturaleza y se aventura descubrir los secretos del mundo sin haber pasado por alguna universidad. Sé que suena un tanto exigente de mi parte, pero conforme avanza la trama se explora poco -o nada- la razón por la que la chica es tan lista en cuestiones que van más allá de una habilidad nata.

Y es justo eso lo que más se reciente de la adaptación. La Lara Croft del cine es caprichosa y poco audaz. Sus motivaciones parecen tener unas cuantas horas en su cabeza y sus habilidades surgen prácticamente de la nada. Los flashbacks no son importantes y todas las claves de la historia aparecen en unos cuantos minutos para dar paso a un acertijo que resuelve más por suerte que por conocimientos (en un -espero- claro guiñó a las mecánicas de juego). Ojo, el problema no es Alicia Vikander, sino la dirección que le dieron al personaje.

Mientras que por un lado es interesante ver las secuencias de acción que tienen a Lara al borde de las brutales cinemáticas de muerte que vimos una y otra vez en el pasado; por el otro nos perdemos de la evolución de un personaje que se ajustó a una nueva generación de videojugadores que demostraron estar más interesados en la trama que en los polígonos de los senos de protagonista. Obviamente hay momentos clave como cuando toma el arco y las flechas para salvar el día que nos hacen sentir una inmensa felicidad.

Si bien Tomb Raider no es una mala película, si queda a deber en cuestiones meramente ligadas con los videojuegos. Lo que podría ayudar a que una audiencia más grande encuentre un valor importante en el producto final. Además de que hay suficientes guiños para los que hemos jugado las dos entregas de Crystal Dynamics, con todo y la secuencia final y la escena post-créditos.

Lamentablemente al igual que Warcraft y Assassin’s Creed, Tomb Raider termina siendo una película que podría haber dado un poco más para destacar entre las producciones inspiradas en cómics, libros, remakes o reboots. Nos quedamos con las ganas, pero esperamos encontrarnos con una segunda parte que nos haga desear que Tomb Raider le gane el GOTY a Bioshock Infinite o The Last of Us.