¿Qué tan serio puedes tomar una película desarrollada a partir de un libro inspirado en Twilight? Es complicado, pero si el mundo puede tener una increíble –y al parecer interminable lista de películas de superhéroes, por qué las mujeres no pueden darse el gusto de disfrutar una cinta romántica “subida de tono”, con suficientes elementos para pasarla bien en compañía de sus amigas, novio o interés romántico.

La historia de Anastasia Steele y Christian Grey debutó hace un par de años, con suficiente éxito para asegurar un par de cintas más, y aunque la crítica no fue nada benevolente con la primera parte, los errores parecen haber pasado desapercibidos por los encargados de la secuela. Lo anterior nos lleva a tener una continuación rara de romanticismo, feminismo, humor involuntario y un príncipe azul con adicción controlada al BDSM.

Fifty Shades Darker nos lleva de una rápida reconciliación de la pareja, a una serie de eventos que no terminan por concretarse, pero que cumplen con la labor principal de un filme de este corte: una cinta en la que el amor triunfa a pesar de todo. Sin importar el entorno, y con una serie de personajes que parecen sacados de cuentos clásicos; buenos a toda costa y malos por razones ambiguas que nunca se detallan con precisión. Probablemente en los libros sí lo hagan, pero en las más de dos horas ninguno queda al cien por ciento explicado

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El inconveniente llega cuando dentro del cuento de amor hay elementos que parecen sacados de una telenovela de Televisa. La conexión entre los personajes, el romanticismo que presentan, su interacción y relación con todo lo que los rodea. La primera parte es una historia sencilla con escenas que incluyen el famoso cuarto de juegos y una serie de explicaciones sobre el mismo, pero con el objetivo de generar un romance de ensueño para ambos protagonistas.

La secuela no es capaz de retomar lo esencial y apuesta por introducir personajes de manera superficial, en pro de un conflicto que nunca se desata. Es más una parodia de la primera parte, pero de manera involuntaria. Los momentos en los que la sala ríe deberían presentar tensión y el aligeramiento de la característica principal (BDSM) ayuda a que la trama se torne menos conflictiva y con un impacto menos profundo que el de hace un par de años.

Tristemente para la producción, Fifty Shades Darker pasa de un “tema serio” a una especie de comedia romántica. Seguramente funcionará para la fecha en que se estrena, antes del 14 de febrero, y los que van “obligados” podrán pasar un rato agradable con el humor que ofrecen los momentos clave. Por cierto, no es más explícita que la primera parte, sigue siendo menos que soft porn.

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Un consejo: quédate con la que te acompañe a ver La La Land, no con la que quiere ver Fifty Shades Darker.

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