Es hora de subirse a la alfombra mágica para regresar a la increíble década de los noventa. 

Texto: Veronica Ovando

Desde hace varios años Disney ha optado por traer de vuelta sus clásicos animados más amados con una propuesta diferente. En esta ocasión es el director Guy Ritchie (Agente de C.I.P.O.L., Rey Arturo) quien se encarga de la adaptación live-action de Aladdin. Mena Massoud es el encargado de dar vida al  joven ladrón de Agrabah quién por azares del destino se cruza en el camino con una bella joven llamada Jasmine (Naomi Scott).

Jasmine es una princesa que vive con el sueño de ser libre y poder amar a la persona que ella desea… pues como en toda historia de princesas, ella está destinada a desposar a un príncipe por el bien de su reino. En el otro lado del espectro está el osado ladrón de Aladdin que sueña con riquezas exquisitas… sin hacer mucho esfuerzo por las mismas.

Si eres uno de las pocas personas que no ha visto este clásico de Disney seguramente vas a disfrutar de una trama te va envolviendo y que te ayudará a disfrutar cada una de las secuencias de la cinta. Pero si eres un fan de corazón de la versión animada vas notar que el comienzo es un poco más rápido y distinto a lo que conoces de memoria; algunas escenas esenciales de la película animada son retiradas, para darle otro sentido más romántico y amistoso a la trama.

En esta ocasión las personalidades de los protagonistas son un tanto diferentes, mientras que por otro lado contamos con detalles más específicos sobre el reino de Ali que nos ayudan a entender mejor el contexto de la trama. Seguramente vas a sentir un poco de nostalgia por las cosas que recuerdas y que ya no forman parte de la acción, pero lo vas a olvidar tras el resultado final de toda la producción. 

Lamentablemente la cinta no está exenta de errores. Por ejemplo, hay varios detalles en el CGI que no nos permiten disfrutar del todo la escena de “un mundo ideal”, pero lo que no podemos perdonar es la floja interpretación de Jafar (Marwan Kenzari); estamos acostumbrados a un trasfondo y a una maldad en él muy diferente a la que encontramos en esta versión. Se trata de uno de los villanos por excelencia de Disney y en la película encontramos ambiciones que no tiene razón de ser y que terminan convirtiendo al villano en una versión “alocada” y sin sentido del personaje clásico.

Otra de las cosas que nos deja con una sensación de vacío es el personaje de Aladdin, quien en muchas ocasiones luce plano y frío en la pantalla y solo en momentos de comedia nos permite recordar al príncipe Ali de la versión animada. Nada que ver con la nueva Jasmine, una princesa fuerte y decidida en sus objetivos. De hecho, hay un importante mensaje de empoderamiento y libertad con una nueva canción poderosa llamada Speechless… lamentablementes introducida de manera torpe y termina por opacar un poco el momento.

Una de las grandes expectativas de esta cinta era ver al nuevo genio de la lámpara, que sin duda alguna fue una de las mejores cosa que le pudieron pasar a este live-action, pues nos deja recordar con cariño lo hecho por Robin Williams y al mismo tiempo terminamos con una satisfacción enorme ante el trabajo de Will Smith. Este genio tiene una nueva personalidad y carisma que solo Will Smith podría entregar. Will tiene un ritmo ágil y pegajoso que no podrás quitarte de la cabeza en un bien rato.

Y al final en medio de las elaboradas coreografías y los efectos especiales, nos encontramos ante una historia que nos hace click por completo en su moraleja: una persona “ordinaria” puede ser un “diamante en bruto” y que aunque las reglas dictan algo, siempre se puede cambiar. Todo el aprendizaje en medio de los momentos románticos entre Jasmine y Aladdin y el poder de una verdadera amistad con el genio de la lámpara. Todos podemos encontrar el amor de una manera extraordinaria, si quitamos nuestra ambición y dejamos de lastimar a los demás.