El tráiler como burda herramienta de publicidad es una artimaña despreciable. Aunque concedo que en tiempos tan violentos como los nuestros abundan “vampiros” siempre sedientos de sangre virtual. Creo no equivocarme cuando afirmo que la mayoría de nosotros  padecemos una ontológica perturbación al atestiguar la mutilación de una entidad holística. Quizá por eso exhibir miembros en espacios públicos se considera hoy un anticuado acto de extrema barbarie. Ahora bien, permítanme vestir el disfraz de sádico: que pensarían si en lugar de un miembro encontrarán un grotesco Frankenstein toscamente construido con partes de lo que antes estuvo vivo? Bueno, eso es un tráiler y en mi desconcierto encuentro millones de fanáticos que aclaman como desmembrar sus obras favoritas, solo para realizar un perverso matchup que mutila, expone, miente y descontextualiza. El ejemplo perfecto: 

 

Como a toda regla hay excepciones. El famoso tráiler de Dead Island lo encumbro dentro de lo poco rescatable (aclaro: tampoco he visto demasiados) porque primeramente no se limita a un collage de escenas y porque principalmente se percibe como una entidad viva, orgánica, completa que evita la mera publicidad directa para contar una microhistoria de forma extraordinaria. Vaya derroche de creatividad y ejemplo de dirección. Aunque seamos justos: ni la forma ni el fondo tuvo al final nada que ver con el producto recibido.

 

No niego que el último trailer de The Legend of Zelda: Breath of the Wild (segunda aclaratoria: soy seguidor de la saga) se constituye de una composición de escenas del juego ya sean in game o cinemáticas. La gran diferencia aquí es (otra vez) la dirección. No asistimos a una selección arbitraria de picos dramáticos, dinámicos o cómicos superpuestos sin mayor ritmo que espectacularidad superflua. Este último tráiler cuenta una historia. Un micro viaje del héroe donde rápidamente encontramos sus elementos básicos: llamada, desafío, herramienta, lucha, encuentro con la Diosa, superación y renacimiento. Todo orquestado por la combinación de temas originales y clásicos reversionados que ya han generado miles de covers. El conjunto se mueve bajo la batuta del director orquestal. Nuestros oídos marcan el ritmo a través de la experiencia.

 

La idea no fue meramente emocionar. Fuimos testigos de toda una declaración de intenciones: La reiterada espectacularidad natural nos obliga a fijar la vista en la  variedad de paisajes. Hyrule volverá a ser el auténtico protagonista. Las constantes batallas en campos abiertos nos dicen que ahora se lucha bajo cielo. La Colosal proporción de los nuevos enemigos. Link cabalgando sobre majestuosa soledad nos remite al errante legendario y su oscuro caballo. La aldea en llamas nos confronta con los estragos enemigos, la maldad se siente. Aunque todo esto es de por sí milagroso entre las formas, el medio y los tiempos que corren, la obra no se conforma.  El clímax es paradigmático no sólo respecto a esos 3:49 minutos sino en relación a la historia de la saga. Las lágrimas de Zelda abren paso a un mar de posibilidades mientras dejan su marca en el camino recorrido. Zelda llora y Link la abraza. Todo ha cambiado.

Independientemente de quejas, precio, ventas, Switch, Wii U, fracaso o éxito. Siempre nos quedarán ejemplos como este para enseñarnos la máxima de la publicidad artística: la obra no se muestra, la obra se demuestra.